sábado, 13 de febrero de 2010

DESPRECIAR A LOS LÍDERES

"Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada", decía el bueno de Edmund Burke. Y eso que él suponía la existencia de un no pequeño grupo de selectos o capaces, por poder o influencia, de hacer frente al deslizamiento hacia el abismo (para él, la Revolución Francesa).

Sin embargo ese deseo es hoy poco menos que imposible, debido al dominio del "hombre-masa" orteguiano, incluso entre las élites, cada vez despreciables y tribales; "castificadas", si se me permite la expresión. Lo que, quizá no sea del todo malo, es más, puede resultar, paradójicamente, nuestra salvación, lo que nos libre de los amos, de aquellos a quienes, con más frecuencia de la que nuestra maltrecha dignidad es capaz de aguantar, acudimos en busca de orientación y solución, de guía en los momentos de zozobra, cuando todo salta hecho pedazos.

La "crisis" ha vuelto más palpable y real la desilusión de muchos con los dirigentes, los (i)rresponsables de nuestros perversos Estados, generando, como siempre ha sucedido, un clamor por la vuelta de una generación de políticos de talla intelectual y moral, que tomen las riendas de nuestras vidas y haciendas y conduzcan la nave a un puerto abrigado. Es, de nuevo, la pulsión del esclavo, tan acostumbrado a obedecer que está dispuesto a aceptar casi cualquier cosa (lo menos malo) a condición de que le permitan (de nuevo la autoridad paternal) refocilarse en los tres o cuatro vicios que el Pensamiento Dominante aún no ha clasificado como retrógrados.

Cuando la solución es bien sencilla y está dentro de nosotros: asumir la responsabilidad de nuestros actos y actuar en consecuencia, tomando las riendas de nuestros destinos (cada uno el que elige, no lo dudéis) y rechazar cualquier otra autoridad que no sea la libre y voluntariamente aceptada en cada momento y para cada acto. Recuperar la autonomía como individuos y reclamar nuestra libertad, hacer a cada uno de nosotros los "hombres buenos" de Burke.

Pero eso exige una transformación radical. ¿Estamos dispuestos a ello?

No hay comentarios:

Publicar un comentario