jueves, 10 de junio de 2010

LOS ANIMALES Y NOSOTROS

Los que me conocen saben que, tradicionalmente, por decirlo de un modo pedante, he sostenido una posición filosófica clara en cuanto a los derechos de los animales: negar su existencia si entendemos por tal concepto derechos subjetivos al modo de los reconocidos a los humanos o personas o equiparación plena de unos y otros. Sin embargo, he de reconocer que se trata de una cuestión extremadamente compleja, en la que mantener una posición definida y sólida, inmutable, escapa de mis conocimientos y mi tiempo. Y, sin embargo...

Cabe reconsiderar la postura de uno, o matizarla muy mucho. Lo que ahora postulo, en síntesis, es que los animales merecen protección, deben ser protegidos de las agresiones y maltrato, y debe dárseles un trato (alimentación, alojamiento, higiene, asistencia veterinaria) adecuado. ¿Significa ello que tienen derechos? Conceptualmente no tiene por qué ser así, pero en la práctica equivale a lo mismo. Así que la respuesta es positiva, y daré mis razones y argumentos, que tienen que ver con los animales y, al mismo tiempo con nosotros, empezanado por reconocer un hecho básico y nada problemático:

Mi cambio de postura ideológica tiene que ver con mis experiencias personales o se haya motivado por esas experiencias, lo cual no le resta un ápice de fuerza argumentativa. Tántas veces la luz de la práctica nos lleva a reconsiderar concepciones viciadas o simplemente lugares comunes a los que nos hemos acostumbrado acríticamente. Es sano, mentalmente, dejarnos impulsar por lo que sentimos para revisar lo que pensamos. Me atrevería a decir que, incluso, es un imperativo intelectual. Pero al quid, amigos, los animales deben ser protegidos:

- Por sentido de la responsabilidad. Los consideremos o no cosa ("res", en derecho), nadie obliga a nadie a tener un animal. Nuestros actos nos obligan a ser consecuentes y coherentes. Y al "adoptar" a un animal, asumimos una serie de obligaciones, aunque sea para con nosotros mismos. Libertad y responsabilidad, queridos. Lo primero sin lo segundo es profundamente destructivo. Por trazar un claro paralelismo, para ciertos anarquistas, los hijos son "propiedad" de los padres, y no se sostiene que quepa matar a un hijo.

- No existe derecho natural alguno a maltratar, herir o lastimar, ni a personas ni a animales. Así de clarito, ni siquiera en nuestra tradición jurídica (la occidental, la que viene de Grecia, Roma y el Cristianismo) se equipara a los animales con los objetos inanimados. Son distintas categorías, cosas y semovientes. Y las facultades que podemos ejercer sobre los segundos no incluyen la destrucción, se mire por donde se mire.

- Aunque sean distintos de los humanos, los animales son seres vivos dotados de grados variables de inteligencia, conciencia sentimientos y capacidad de experimentar dolor. Y desarrollan, en muchos casos, ejemplares comportamientos de fidelidad, protección y solidaridad natural, hacia los suyos y hacia los humanos. Esta es una realidad innegable y "material", que nuestros patrones éticos y jurídicos no pueden ignorar y por estricta justicia atributiva, no cabe dar el mismo trato a lo distinto. La realidad se impone y obliga. Ello no significa que los animales sean acreedores de los mismos derechos que los humanos, pero son valiosos (portadores de valor) y lo valioso debe ser protegido.

- El trato cruel con los animales es un comportamiento deplorable, perverso y profundamente peligroso. Me muevo aquí en dos planos: el ético, basado en la sensibilidad moral natural, que repugna de aquel tipo de actos, que rechaza instintivamente la brutalidad gratuita. ¿No seré el primero que habla de los sentimientos morales, verdad? Y la segunda vertiente: por sentido práctico: los individuos sádicos y maltratadores para con los animales son profundamente peligrosos, para todos los que les rodean. Existen estudios más que sólidos que correlacionan el comportamiento violento y profundamente sicótico hacia los animales y hacia los humanos, en una escalada violenta cuasi determinista. En cualquier caso, por sentido de autoconservación, me atrevo a postular que ciertos grados de violencia sádica con los animales obligan a encerrar de por vida a sus autores.

Bueno, muchas gracias por seguirme hasta aquí. Evidentemente, me despido con un nada contenido maullido de satisfacción.