miércoles, 9 de febrero de 2011

Si me dices Sinde, lo dejo todo

La Ley Sinde, o Disposición Adicional Segunda de la Ley de Economía Sostenible (nombre original y aún más horrísono que su mote) ha generado una increíble cantidad de comentarios, en los que todos parecen bien encuadrados en su correspondientes partidas, que no partidos; éstos, casi todos, son unánimemente sindistas, para mayor gloria de la casta. Se han dicho muchas tonterías, aunque para ser justos y equilibrados la mayor parte han sido proferidas por las “gentes de la Cultura” como ellos dicen en el lenguaje de su planeta, que yo traduzco sin cobrar royalties: la élite intelectual es lo que quieren decir. Ya saben, gigantes de la talla de Ramoncín y Bisbal o genios sin parangón como Alejandro Sanz. Pero no nos alejemos del núcleo de la cuestión, de sandeces que se repiten sin cuento y de cuentos que no se nos cuentan.

En cuanto a lo primero, la peregrina idea de que sin la existencia de la propiedad intelectual (“discutida y discutible” que diría nuestro Líder Máximo -ZP, no el emperador-) no existiría la creación cultural, dejarían de escribirse libros, filmarse películas y blablabla. Por supuesto, semejante aserto es una monumental estupidez sin ningún fundamento. Siglos de vigorosa y real creación cultural sin Sindes de por medio avalan justamente lo contrario. Los genios de verdad nunca han gozado ni han crecido al calorcito de la sobreprotección estatal. Eso sí, la producción cultural, por usar la jerga al uso, se reduciría considerablemente, a su justa medida, sin tanto mastuerzo escribiendo gilipolleces de 600 páginas ni películas que sólo ven sus familiares previamente narcotizados (y que pagamos entre todos, ojo). Por no hablar de la evanescente y absurda Idea de Cultura (leed El Mito de la Cultura, de Bueno), de las urgencias nacional-culturales que aquejan a notables universalistas antiimperialistas, o de la firme defensa del derecho de propiedad intelectual que enorgullece a destacados comunistas. Y me dejo en el tintero la ventaja comparativa que el creador de una idea (o una patente) posee sin necesidad de protección estatal y el desastroso estado de la industria cinematográfica española.

Pero también pecan de exceso los antisindistas, erigiéndose en guardianes de un nebuloso derecho a la libertad de expresión que no es atacado por la Ley Sinde. De eso ya se ocupan otros proyectos reaccionarios del Hijo del Viento, como la Ley de Igualdad de Trato o la futura ley que domeñará a los medios que generen crispación. Las web de descargas NO ejercen derecho alguno a la libertad de expresión o información, no transmiten ni menos aún crean, ideas pensamientos o informaciones. Se dispersa de esta manera la atención sobre lo esencial, sobre dos historias muy interesantes, dos relatos cortos que no de autor anónimo. A saber:


- El “Cuento Kafkiano”: La Ley Sinde es una bochornosa mierda jurídica, una bazofia legislativa casi sin precedentes. Voces más autorizadas que yo lo han dicho. Y su quid es muy sencillo de explicar. De toda la vida y para toda propiedad, su defensa y la resolución de los conflictos en torno a su sus límites es cosa de los Tribunales. Son ellos los que deciden si mi vecino ha arramplado con las lindes o me han violado la patente, o si me han hurtado el bolso, vaya. Eso cambia. Se atribuye, ahora, la decisión sobre la violación y la adopción de medidas (vulgo, cierre de webs) a un órgano administrativo, la Sección Segunda (SS) de la Comisión de Propiedad Intelectual; con dos cojones, rompiendo toda nuestra tradición jurídico-institucional, española y continental, y sin justificación alguna.

Miento, la justificación es muy clara. Como los jueces han dicho por activa y por pasiva que no se pueden cerrar webs de enlaces conforme a la Ley de Propiedad Intelectual, pues que las cierre otro. Aviso a navegantes: si la SS cierra esas páginas contradiciendo TODA la jurisprudencia existente (civil y penal) estaría prevaricando. Y eso, desde que estudié, es delito.


- El “Cuento de la pernada”. No nos engañemos, este horror jurídico y político no es un salto en el vacío. Ya existen, desde hace tiempo, tres privilegios feudales, tres derechos de excepción, que nadie posee en nuestro ordenamiento jurídico, salvo las sociedades de gestión de derechos de autor, faltaría más:

1) Presunción de legitimación ad causam.  Para que se entienda. Cuando la SGAE, por ejemplo, demanda a un bar por poner música con copyright, no tiene que acreditar que tenga la explotación de las obras musicales por las que reclama (y mira que sería sencillo, aportando copia de los contratos por los que los autores les ceden esos derechos) y que sonaban en el modesto bar, se le presume que las tiene todas. El resto del mundo, cuando va a un juzgado, tiene que demostrar las cosas y presentar los papelitos. Las sociedades de gestión no. Incluso si, por poner otro ejemplo, Alejandro Sanz me cede los derechos de explotación de su último disco y yo demando al bar en cuestión, tengo que demostrar que Alejandrico me ha cedido sus derechos. La SGAE y similares no. Y eso lo ha sancionado el Tribunal Constitucional, manda huevos.

2) Tributo exclusivo para un particular.  Los tributos (impuestos, tasas y demás verduras) son de las Administraciones Públicas, ellas los crean y el dinero es para ellas. Los particulares no pueden crear y exigir el pago de tributos. Parece algo de sentido común, una perogrullada. Hasta el archiconocido canon. Por primera vez en nuestra historia se ha creado un impuesto en beneficio de una persona privada, las sociedades de gestión, para ellos solitos y que tenemos que pagar todos. Repito, el único caso y la única excepción en nuestra historia.

3) Capacidad de fiscalizar las cuentas de otras entidades de las que no forman parte. Si cualquier persona física o jurídica quiere auditar las cuentas de otra persona física o jurídica con la que no guarde relación contractual o societaria, tiene que irse a un juzgado y tener algún buen motivo. Y punto. Regla universal y de sentido común jurídico. De nuevo, la única excepción es...
¡¡Las sociedades de gestión!!! A estas deben rendirles cuentas trimestralmente las empresas que produzcan aparatejos canonizables. Por imperativo legal (art. 25.13 de la LPI).

Y colorín colorado, este artículo se ha acabado.




miércoles, 22 de septiembre de 2010

UN SEÑOR UN POCO CORTITO

Salió ayer a darse un paseillo en Es la Noche de Cesar, programa por lo general de gran sentido común pero que, sin que sirva de precedente, desbarró de lo lindo. El sujetillo en cuestión era un di-puta-do de medio pelo de UPN que, sabedor de su nadería, se prodigó en sandeces y candorosas gilipolleces de uso común para defender la propuesta que le dará sus 15 minutos de gloria: la prohibición de los anuncios de prostitución en los medios de comunicación escritos, vamos, los anuncios de masajes.

Desplegó para ello una potencia dialéctica sin parangón, a la altura de un caracol borracho, para entendernos. Este señor, de aspecto típicamente putero -véase, gordito, sudoroso, gafitas y meapilas triple AAA- se apoyaba en un informe que defecó en 2007 el feminismo ultraizquierdista y anticatólico, soporíferamente representado en una de esas Comisiones (cuartos al bolsillo) que proliferan entre las di-puta-das de Iphone a cuenta del populacho y que sostenía, agarraos que hay curvas, que el 95 % de la prostitución en España es forzada. Semejante soplapollez puede soltarla el que sólo haya visto un puticlub en las comedietas de enredo de los albóndigas... o un di-puta-do turbocatólico de UPN. Dios los cría y ell@s se juntan.

Pero ahí no acaba la cosa, no. Ante las más que sólidas dudas sobre la legalidad de una medida absurda y liberticida el caracol no tuvo empacho alguno en reconocer (para tonto yo, mamá) que no tenía ni puta idea sobre el particular y que habían encargado un Informe (otro, por San Al Gore, toneladas de papel y árboles caídos,pero qué poco ecológicos son los imbéciles) al Consejo de Estado (que es básicamente una mesa con muchas sillas en las que se sientan amables viejecillos a echar la siesta) para que les dijesen cómo podían hacer para forzar a los díscolos puteros de papel a corregir su indecente proceder. Y que si no ya buscarían alternativas. Eso, pues que me dictaminan que es ilegal, no se preocupen que para eso están las Cortes de mangas, cambiamos la ley y sanseacabó.


Por supuesto, el clon de Jaimito reconocía que su objetivo último era conseguir una sociedad mejor, y más bonita y de colores, le faltó añadir. Ahora sí que le voy a contestar: no, de ninguna manera, bajo ningún concepto tienes el más mínimo derecho a cambiar nuestra sociedad, ni a imponer por la fuerza tus peculiares concepciones morales ni tus distorsionadas percepciones de la realidad, nos somos plastilina maleable, somos sujetos con capacidad de elección ética y autonomía. Que un conservador diga esas estupideces me revienta las entretelas. Payasete, ¿te has leído a Chesterton o a Oakeshott, por poner a los más cercanos y finos conservadores? Me imagino que no, porque en el colmo del esperpento declaraste que habías sido un adicto a la televisión y que veías mucha. Si ya me parecía a mí...

El cortito, también conocido por Carlos Salvador

jueves, 1 de julio de 2010

EXPAÑOL

Sí, sí, desde el pasado 29 de junio, por saturación y exceso. No es que vaya a quemar mi DNI (aunque ganas las hay, nefando instrumento de control y estabulación social del que pocos y dignos países se libran) ni expatriarme exteriormente, pero sí interiormente. Me declaro ateo de España, increyente de mi nación (con minúscula, sí) y objetor de mi patria.

El porqué. Días ha, el 29 de junio, se escenificó una parodia monumental. Leáse. O recuérdese. Una caterva multitudinaria y amorfa volvía a embadurnarse de banderitas, banderolas, banderotes, insignias y demás parafernalia al uso, no para significar adhesión a un país, sino para regocijarse, refocilarse y disolverse en las venturas y desventuras de un equipo de fútbol, para llorar, reir, emocionarse y, sobre todo rugir, con las vidas y afanes de otros. Ocultando y olvidando su propia vida, haciéndose amorfa (perdón por la redundancia) masa, fingiendo dar importancia al sentimiento nacional para olvidar sus propias miserias.

El fútbol, el Mundial, se han convertido en lo mismo que las tertulias y programuchos hediondos del visceral mundillo rosa, una huida hacia adelante, una brutal escapada del propio mundo, una dejación del yo para experimentar las vidas de otros. "La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir", decía Jung. Quien quiera entender que entienda, quien desee sentirse ofendido que lo haga, pero he de decirlo: el fútbol es hoy por hoy, refugio para los que desean sentirse deficientes mentales por un tiempo.

Y por otro lado.... Mira tú qué casualidad, el Tribunal Constitucional, después de cuatro años de embarazo, pare el mismo día una Sentencia que ratifica que España ya no es una Nación, al sancionar la mayor parte de un Estatuto que deja a la Constitución hecha unos zorros, violada por todos sus agujeros. Pero eso da igual, ¿verdad? No veremos banderitas, banderolas, banderotes, insignias. No, a todos los que fingían sentimientos hacia su país se la suda lo que le ocurre a ese país. Tenemos una sociedad hemipléjica, lanar y sin capacidad de reacción, que prefiere mirar a otro lado.

Por eso deserto. Seguiré apreciando la Historia y las gestas de España, su contribución a la Civilización y el progreso en muchos campos, pero ya, finito, se acabó. Mi lado anarquista (individualista, sobra decirlo) ha terminado imponiéndose. Mejor, preocupaciones que me quito de encima.

jueves, 10 de junio de 2010

LOS ANIMALES Y NOSOTROS

Los que me conocen saben que, tradicionalmente, por decirlo de un modo pedante, he sostenido una posición filosófica clara en cuanto a los derechos de los animales: negar su existencia si entendemos por tal concepto derechos subjetivos al modo de los reconocidos a los humanos o personas o equiparación plena de unos y otros. Sin embargo, he de reconocer que se trata de una cuestión extremadamente compleja, en la que mantener una posición definida y sólida, inmutable, escapa de mis conocimientos y mi tiempo. Y, sin embargo...

Cabe reconsiderar la postura de uno, o matizarla muy mucho. Lo que ahora postulo, en síntesis, es que los animales merecen protección, deben ser protegidos de las agresiones y maltrato, y debe dárseles un trato (alimentación, alojamiento, higiene, asistencia veterinaria) adecuado. ¿Significa ello que tienen derechos? Conceptualmente no tiene por qué ser así, pero en la práctica equivale a lo mismo. Así que la respuesta es positiva, y daré mis razones y argumentos, que tienen que ver con los animales y, al mismo tiempo con nosotros, empezanado por reconocer un hecho básico y nada problemático:

Mi cambio de postura ideológica tiene que ver con mis experiencias personales o se haya motivado por esas experiencias, lo cual no le resta un ápice de fuerza argumentativa. Tántas veces la luz de la práctica nos lleva a reconsiderar concepciones viciadas o simplemente lugares comunes a los que nos hemos acostumbrado acríticamente. Es sano, mentalmente, dejarnos impulsar por lo que sentimos para revisar lo que pensamos. Me atrevería a decir que, incluso, es un imperativo intelectual. Pero al quid, amigos, los animales deben ser protegidos:

- Por sentido de la responsabilidad. Los consideremos o no cosa ("res", en derecho), nadie obliga a nadie a tener un animal. Nuestros actos nos obligan a ser consecuentes y coherentes. Y al "adoptar" a un animal, asumimos una serie de obligaciones, aunque sea para con nosotros mismos. Libertad y responsabilidad, queridos. Lo primero sin lo segundo es profundamente destructivo. Por trazar un claro paralelismo, para ciertos anarquistas, los hijos son "propiedad" de los padres, y no se sostiene que quepa matar a un hijo.

- No existe derecho natural alguno a maltratar, herir o lastimar, ni a personas ni a animales. Así de clarito, ni siquiera en nuestra tradición jurídica (la occidental, la que viene de Grecia, Roma y el Cristianismo) se equipara a los animales con los objetos inanimados. Son distintas categorías, cosas y semovientes. Y las facultades que podemos ejercer sobre los segundos no incluyen la destrucción, se mire por donde se mire.

- Aunque sean distintos de los humanos, los animales son seres vivos dotados de grados variables de inteligencia, conciencia sentimientos y capacidad de experimentar dolor. Y desarrollan, en muchos casos, ejemplares comportamientos de fidelidad, protección y solidaridad natural, hacia los suyos y hacia los humanos. Esta es una realidad innegable y "material", que nuestros patrones éticos y jurídicos no pueden ignorar y por estricta justicia atributiva, no cabe dar el mismo trato a lo distinto. La realidad se impone y obliga. Ello no significa que los animales sean acreedores de los mismos derechos que los humanos, pero son valiosos (portadores de valor) y lo valioso debe ser protegido.

- El trato cruel con los animales es un comportamiento deplorable, perverso y profundamente peligroso. Me muevo aquí en dos planos: el ético, basado en la sensibilidad moral natural, que repugna de aquel tipo de actos, que rechaza instintivamente la brutalidad gratuita. ¿No seré el primero que habla de los sentimientos morales, verdad? Y la segunda vertiente: por sentido práctico: los individuos sádicos y maltratadores para con los animales son profundamente peligrosos, para todos los que les rodean. Existen estudios más que sólidos que correlacionan el comportamiento violento y profundamente sicótico hacia los animales y hacia los humanos, en una escalada violenta cuasi determinista. En cualquier caso, por sentido de autoconservación, me atrevo a postular que ciertos grados de violencia sádica con los animales obligan a encerrar de por vida a sus autores.

Bueno, muchas gracias por seguirme hasta aquí. Evidentemente, me despido con un nada contenido maullido de satisfacción.

lunes, 17 de mayo de 2010

UN POCO DEL TODO

O de todo un poco.  Me abruma el hastío, por la estúpida y aberrante cotidianeidad, y por lo claro que me resulta lo errado de nuestro camino (¿Camino?), o de esa parte que nos dejan elegir. En culaquier caso, no está mi ánimo para juntar letras sobre nuestra deuda, colectiva y nunca consentida o sobre la epifanía zapaterina. Que les den pero bien dados, hideputas, como diría el sabio contemporáneo.

Así que os invito y conmino a parar un momento junto a mí, a deteneros y, de paso, detener un poco el mundo; no porque vivamos demasiado rápido -¿qué es la lentitud? Cada uno tiene su ritmo, escogido o no, es harina de otro costal. No, es porque no sabemos cómo vivimos ni somos conscientes de lo que hacemos, nos hacemos, ni lo que hacemos a los demás, consecuencia de nuestro ser. Y ello porque nos falta reflexión, un ejercicio, un hacer, muy simple, pero que exige, y mucho, disciplina y concentración. Algo que no es abstracto, ni especulativo, pero que, decididamente, hemos olvidado.

Me refiero, claro es, a la auténtica reflexión, no al marasmo ni la noria mental, que a modo de torbellino, lanzamos sobre nosotros. Y creedme, sé mucho, por propia experiencia, de las trampas mentales, del mantenerse ocupado con barruntos que, a lo menos, son puerilidad estériles y, en el peor de los casos, masoquismo emocionalmente destructivo. Lo estúpido de todo el asunto, y lo que me cuesta entender, es que el miedo no sea siempre ni principalmente la causa de nuestra inacción. Es más la rutina espiritual del hábito consagrado, pero cómodo, lo que nos impide progresar, a través del autoconocimiento y la decisión.

Y de eso se trata, de lo extraordianriamente pragmático que resulta la reflexión, y de su enorme potencial transformador, ahora sí, afrontando con valentía las conclusiones. Tantas veces, si no casi todas, bastan cinco minutos para saber... y moverse. La reflexión exige acción, determinación y sentido.

Baste por hoy. Avanzaremos más en su momento.

Todo esto es muy personal, faltaría más.

HONOR Y FUERZA.

jueves, 29 de abril de 2010

SIN VELOS EN LA LENGUA

El Islam, siempre el Islam. Día a día, gota a gota, nos van comiendo el terreno, arrancando pequeñas (¿pequeñas?) concesiones y obteniendo privilegios con el fin, no sólo de instaurar el "Califato dentro del Estado", sino de extender e imponer tutti quanti, su peculiar régimen jurídico, esa cosa aberrante llamada Sharia, aberrante porque es una alucinación semántica lo de Derecho Islámico.

Porque el conflicto de la niñita y su pañuelito no es una tontería y no es una cuestión de libertad personal.

¿Libertad personal o religiosa? ¡Váyase usted a freir espárragos, hombre! Que la Iglesia Católica, en plan suicida defienda la libertad de la niñita es de traca, pero comprensible, al fin y al cabo creen, alucinada pero coherentemente, que defendiendo una religión defienden la suya, y así frenan la cristofobia zapterina. Allá ellos con su suicidio. Pero que los "civiles" los "laicos" sostengan campanudos que una menor elige voluntariamente portar el hiyab, que es signo de dominación masculina y de incapacidad femenina, y que lo hace como afirmación cultural es de chiste pero malo, malo y peligroso. Ya bastante repugnante resulta observar a las parejas muslimes en nuestras calles: él tan modelno, con sus bermudas y sus zapatillitas, emborrachándose, ciegos a hachis y hartos de putear; y la mujer... dos pasos detrás, ahorcada en su hiyab cuando no en su chador....

... y lo que nos vendrá. Éste que escribe ha podido observar en una céntrica estación de metro berlinesa, al turco de turno con una cosa al lado cubierta con el burka y nadie se escandalizaba. Asco, evidente, es lo que cualquier espíritu sano experimenta. y prevención, porque la pendiente Velo-chador-niqab-burka, es muy muy resbaladiza. Así que nada de tonterías.

Convendrá decirlo clarito. Los creyentes individuales del Islam son igual que todos, pero el Islam es una metareligión perversa, arcaica y destructiva. Es un ideología completa, que regula absolutamente todo, violenta (leed el Corán, sobre todo las suras del último período, cuando Mahoma ya tenía poder), brutalmente machista y racista y con un potencial de hundir los pueblos en los que impera que no tiene parangón: una socieda islámica sólo avanza en la medida en que se seculariza o es protegida por los militronchos (véase Turquía y el Ejército). Si es lo que queremos para nuestra sociedad occidental y liberal, pues mejor que echemos el cierre.

 Otra cosa es que entienda, aunque me repugne, que cedamos por miedo.

Alá nos libre del Islam.

miércoles, 31 de marzo de 2010

CONFESIONES (A)MORALES DE UN LETRADO

Quizá un título excesivo, pero la cuestión lo merece y no deja de tener sus meandros y perplejidades. El busilis es: mucha, demasiada gente, parece asombrarse, si no escandalizarse, de la increíble ceguera moral que (nos) aqueja a los abogados que con cierta asiduidad pastoreamos en el campo del Derecho Penal. La pregunta, que suele hacerse tras unas cuantas copas y a altas horas, es más o menos la siguiente: "¿Cómo puedes defender a esa gente si sabes que es culpable?"

Y, la verdad, es jodidamente difícil contestar a una pregunta-trampa, que presupone muchas cosas: que cierta gente no merece defensa, que el que pregunta tiene claro el concepto de culpabilidad penal, que la Moral ha de coincidir punto por punto con el Derecho, que mi juicio psicológico sobre la sinceridad de mi cliente es inapelable y que la profesión de abogado penalista es hasta cierto punto repugnante. Demasiado para tan poco caletre, con perdón. Pero aún así apuntaré una serie de respuestas provisionales (en forma de diálogo) y una confesión obscena.

Vayamos primero con la obscenidad: cuando el cliente llega por primera vez a mi despacho, y mientras le estoy defendiendo, no me planteo estas cuestiones, ni yo ni la mayor parte de los letrados, y no por razones de profilaxis psicológica, sino por puro instinto vocacional. Claro que me pregunto y le pregunto al cliente si lo ha hecho, más que nada porque la defensa de su asunto debe enfocarse de muy distinto modo en caso afirmativo. Y mi primera y casi única preocupación es: cómo salvo, o minimizo la pena de este tío. Lo que quizá sea visto como inmoralidad yo lo concibo como generosidad, quizá más propia de un mercenario, pero generosidad y entrega, en cualquier caso.

Pero respondamos. Primero, estimado preguntador o preguntadora (aparco la curiosidad estadística de que son las mujeres las que más se preocupan por estos asuntos), supongo que si fueses acusado injustamente de un horible crimen, violar a tu hija de 4 años, pongamos por caso, y todos los indicios apuntasen abrumadoramente que eres culpable, agradecerías que hubiese un abogado lo suficientemente inmoral como para defenderte a capa y espada, aunque no creyese en tu inocencia.

Segundo: cuando defiendes a un ser despreciable, no lo haces contra la víctima, ni contra la Ética o la Moral, sino frente a una cosa un tanto abstrusa llamada ius puniendi estatal. Lo que está en juego no es si el acusado es moralmente culpable, sino si el Estado tiene derecho a ejercitar el derecho a castigar ciertas conductas que él mismo ha definido como prohibidas en un Código Penal, en ciertas circunstancias y a través de un conjunto de mecanismos que se denominan Proceso Penal. Y lo que hago es decirle al Juez o Tribunal que no tiene derecho a castigar a mi cliente, ni más ni menos. Y esto no son abstracciones leguleyas, basta con que te leas el Código Penal y pienses un poquito acerca de la inmoralidad brutal de que se castiguen como delito ciertos actos que no causan daño a nadie (delitos sin víctima) como los de tráfico de drogas.

Y tercero, estimado preguntador o preguntadora: ¿Por qué he de hacerme yo tantas pajas morales y tú ni te planteas la ética en tu trabajo? Vamos, ni te planteas la ética en tu vida cotidiana más allá de un minuto al mes, con suerte. Y a pesar de eso, discuto conmigo mismo y pienso muchísimo en todo esto y sé de muchos abogados que lo hacen, no cuando se enfrentan a un caso, sino después, y de esas reflexiones derivan conductas.

Sé que me dejo muchas armas en el zurrón y que algunos de los que me han planteado esta cuestión no se corresponden con el deformado arquetipo de preguntador que he expuesto (de su sinceridad y moralidad no tengo duda), pero por hoy, baste.